La soledad de la azafata de Dragonair

Sophie se levanta a las 5 de la mañana, y no sabe donde está, pero no importa. Solo tiene la certeza de que es una habitación de hotel, cerca de un aeropuerto, como siempre.
Gasta media hora al dia en arreglarse, porque tiene que estar ‘impecable’. Los pasajeros que vuelan a las siete de la mañana pueden estar despeinados, tener ojeras, bostezar con la boca abierta 180 grados… La azafata de Dragonair tiene que estar monísima y sonreir.

Se pone capas de maquillaje, pinta sus ojos rasgados, multiplica por diez la intensidad de sus labios gruesos, se tensa el pelo, practica su mejor sonrisa delante del espejo, que no parece funcionar.
Y su sonrisa no funciona porque Sophie ha dejado de ser natural, ha perdido espontaneidad, se ha convertido un día mas en La Azafata de Dragonair. Se pone diez o veinte horquillas en la ensaimada que se ha hecho con el pelo, suficiente como para aguantar durante toda la jornada laboral. Se pone el uniforme. Se perfuma.
No queda tiempo para mas, pronto hay que embarcar.

Sophie soluciona problemas a los pasajeros que van en el avión. Les da la bienvenida usando esa sonrisa tan resultona, les ayuda a colocar el equipaje, les informa por enésima vez de las medidas de seguridad en el avión, les echa la bronca poco despues por no seguirlas, les da de comer, recoge los restos de la comida, emborracha a la gente que quiere aprovechar que pueden beber alcohol sin medida mientras vuelan.

Sophie sueña con el glamour perdido, cuando los avioneros (antes llamados pilotos) eran personas importantes, y no solo meros conductores. Cuando todas las chicas aspiraban a ser azafatas. Cuando volar era una experiencia especial.
Sophie sueña que encontrará todo eso cuando la asciendan al equipo de Cathay Pacific.
Pero cuando esto pase, Sophie encontrará otra soledad muy parecida, la soledad de la azafata de Cathay Pacific, en otro vuelo a las 7 de la mañana.

Gastará las mismas horas en estar perfecta, pero se tendrá que volver a olvidar de ser ella misma.